decidí que iba a ir a bañarme al mar y esquivé los cuerpos de la gente tostándose al sol. Me adentré en el océano y el agua era traslúcida, tanto que pude ver la cola de un cocodrilo que nadaba en las profundidades.
el primer hecho que me impactó fue ver o creer haber visto a un cocodrilo nadando en el agua salada y cuáles serían sus intenciones. Como no estaba dispuesto a correr ningún riesgo sobre mi persona me encaminé tan rápido como pude hacia la orilla. Mis pasos se ralentían al contacto con el agua y en el trayecto tuve tiempo de calcular que el cocodrilo me alcanzaría justo cuando yo estuviera saliendo del agua y pegaría su tarascón justo a tiempo para que yo pudiera salvarme por un pelito. Eso ocurrió. Afuera, la playa ya no era plana como minutos antes sino prácticamente un acantilado que yo tenía que trepar a partir de ese momento. No me demoré casi nada en entender que el cocodrilo no se contentaría con quedarse el agua y, muy por el contrario, me persiguiría por la arena intentando comerme. Trepé con mis brazos por el acantilado de arena y la estructura se desmoronaba a medida que yo ascendía. Trepaba penosamente con todo el esfuerzo de mis pobres brazos, pero sabía que no iba a desfallecer antes de salvarme, puesto que de eso se trataba mi vida. En un momento pedí ayuda a un tipo en su toalla en lo alto del acantilado que miraba toda esta escena con emoción un tanto contenida, me tendió la mano y me ayudó a subir hasta la cima. El acantilado de sueños era algo irreal puesto que se elevaba a medida que yo trepaba de manera que yo no alcanzaba nunca la dorada cima. El cocodrilo seguía a mis espaldas