domingo, enero 24, 2010

mushroom trip

una nueva sensación corporal abre paso a una nueva inteligencia. Dar un paseo por el bosque es señal que uno está bien físicamente. Eran las 3 de la tarde y el cielo estaba muy cerca de la tierra, los pájaros no tenían mucho donde volar. Pero los vi pasar varias veces y un “zoom” a su plumaje me daba a entender que eran los mismos. Los había visto horas atrás por la ventana del techo de mi casa, que mira al sur. En ese momento creí que alguno había pasado por dentro de la casa, a causa del zoom, que ya funcionaba en ese entonces.

Dicen que los pájaros más negros son los que más brillan en la noche. Le pregunté al inspector si él creía en eso. Me dijo que creía a pies juntillas. No pudimos evitar una carcajada y queríamos darle seriedad al asunto. La exactitud de los resultados con relación a las expectativas nos hacía reír demasiado. La investigación se estaba saliendo de control.

El inspector había bajado a hacer jugo de naranja, guayaba, pera y muchas otras frutas combinadas con la carne de los dioses, la soga del alma, “la planta que hace que los ojos se maravillen”. En el instante en que me quedé solo pude anotar muchas cosas en mi libreta, pero cuando el inspector llegó de vuelta yo ya no la tenía en la mano. La había guardado en un lugar. Levanté un cojín y la encontré de inmediato. De nuevo, el hecho que el resultado se adaptara tanto a la expectativa me hizo rodar en el suelo de risa. Buscar la libreta y luego encontrarla parecía tan obvio, tan innecesario buscarle el sentido…

El inspector decidió en ese momento que era hora de ponerse serios. Se sentó frente a la pantalla del computador. A nosotros, el sólo hecho de mirar la pantalla nos hacía sentirnos dentro. La investigación avanzaba lentamente, a 1 kilómetro por hora. El inspector visitó varias páginas antes de recordar la idea que lo había hecho sentarse. El jugo de guayaba y varias frutas tenía el sabor y el color de un vino de la quinta región.

El inspector aportaba nuevos datos que no calzaban en el rompecabezas que habíamos armado hasta ese momento. Concluimos que había muchas de formas de mirar el fenómeno y que todas se daban el gusto de nacer. No las podíamos detener. Eran las 12 del día. Viajábamos de una idea a otra sin dejar registro escrito.