En la fiesta de ayer me gustaba una niña, pero ella estaba tan ocupada jugando a rasparse los cayos de las manos, que no me atrevía a hablarle. Se afanaba demasiado, llegaba a quedar turnia a ratos mirándose las manos y tirándose los cueritos que alcanzaba a desprender. No la quise interrumpir, sólo tuve ganas de mirar sus manos y ver todo lo que estaba viendo ella.
El Pato, el anfitrión de la fiesta, se había sentado en una silla, se había puesto una manta y había agarrado un lumo. Con el lumo hacía daños en la tierra mientras conversaba. Su sentada era maestra, ni muy echado en la silla ni muy erguido; solamente cómodo.
Lo que a mí me gusta es dejar en claro que me gustan los porros. Si alguien están ofreciendo un porro a la concurrencia, yo básicamente corro a recibirlo.
El Pato, el anfitrión de la fiesta, se había sentado en una silla, se había puesto una manta y había agarrado un lumo. Con el lumo hacía daños en la tierra mientras conversaba. Su sentada era maestra, ni muy echado en la silla ni muy erguido; solamente cómodo.
Lo que a mí me gusta es dejar en claro que me gustan los porros. Si alguien están ofreciendo un porro a la concurrencia, yo básicamente corro a recibirlo.