sábado, septiembre 08, 2012

I

Era la primavera del 96. Y yo tenía problemas, como siempre, con las drogas.

No era que no me las quisiera tomar. Tampoco, como decía mi hermano, les tenía miedo. Simplemente me causaban una tan grande impresión, me ponían tan extraño, que yo prefería pasar de largo y seguir viviendo mi vida. Arreglarla, para empezar. Si era posible.

Yo estudiaba los cánones y las leyes y en las tardes veía pasar los días. Tenía un cuaderno con anotaciones y con ideas que se iban volviendo cada vez más raras, y no se las mostraba a nadie. Nos visitaba la Vivian, una antigua amiga de mi hermano que estudiaba arte. Yo estaba perdidamente enamorado de esta Vivian, o mejor sería decir que su juventud y su rostro me causaban una tan grande atracción, a mí que era un pobre payaso. Típico huevón pajero al que nadie pesca.

Pero la Vivian iba detrás de mi hermano. Ese día mi hermano estaba ocupado con su polola, peleando en la pieza. Yo estaba acostado sin nada debajo cuando la Vivian entró a mi pieza. Yo nunca había tenido relaciones sexuales hasta ese entonces. La Vivian se sentó en mi cama y me ofreció una pastilla de menta. Yo le dije que sí y empezamos a conversar. Ella nunca me tomaba demasiado en serio.