seguramente yo formé parte de algún programa de la CIA porque tenía N recuerdos borrados que hoy recién vine a recuperar. Estas memorias o recuerdos son intermitentes y a ratos olvidadizos porque no se originaron en un estado muy limpio de la conciencia, clínicamente hablando. En todos ellos hay droga. Y harta. Voy a contarlos uno por uno para que puedan conocerlos y para que no se aburran un día cualquiera.
Uno
El primer recuerdo es de cuando tomamos codeína con Marcelo y Diego. La codeína viene en un jarabe que se administra a los pacientes del geriátrico y a Marcelo le dijeron que comprara de ese jarabe porque la codeína era un derivado del opio. Marcelo me convocó a mí y a Diego que éramos sus partners en todos estos asuntos de la psicodelia, o justo estábamos desocupados ese día, no me acuerdo. En realidad ninguno de nosotros tres tenía demasiado que hacer nunca en esos días. El caso es que con Diego nos prestamos de buen grado al experimento y caminamos con Marcelo las pocas cuadras que separaban mi casa de la farmacia. Para comprar el jarabe no se requería presentar prescripción médica ni ningún documento de ningún tipo, cualquier hijo de vecino podía hacerlo. Marcelo era el hijo de vecino por antonomasia. El problema era que, claramente, no sufría de la dolencia contra la cual se utilizaba este famoso jarabe, porque Marcelo era un gallo joven y el jarabe era para una cosa como demencia senil, además que andaba vestido con ropas alternativas, de manera que el farmacéutico iba a saber que Marcelo lo quería para drogarse. Es como cuando uno compra condones, la misma incomodidad.
Para evitar este sentimiento Marcelo compró, además de la codeína, precisamente condones, un ungüento para los hongos de los pies, pastillas para el aliento, un tratamiento contra los herpes genitales y algo contra las hemorroides. Con esto la situación empeoró a tal nivel que, mágicamente, se solucionó por sí sola. Marcelo salió de la farmacia con aire triunfal, hizo brillar el frasco de jarabe contra un rayo de sol y el mismo rayo brilló en los ojos de Diego y en los míos. Nos fuimos caminando de vuelta hasta mi casa.
Ya en mi casa diluímos en agua y nos tomamos cada uno 100 gotitas del jarabe que tenía codeína. Esperamos pacientemente los 40 minutos que Marcelo, nuestro guía en esto, supo por el amigo de un amigo que teníamos que esperar, antes de sentir los efectos. Estos llegaban de sopetón, a los 40 minutos sería trainspotting. Pero como es de suponer, a los 40 minutos no pasó nada, ni tampoco a los 45 ni a la hora y media ni a las dos horas y decidimos que teníamos que salir a caminar.
En definitiva nos sentamos en el pasto a esperar que pasara alguna cosa. Todavía no ocurría nada, nosotros seguíamos sedientos de la psicodelia que no llegaba. Como ya habíamos hablado mucho durante los preparativos del viaje, además que nos veíamos siempre entonces ninguno tenía muchas novedades que contar, aparecieron los silencios. Nos hacíamos los desentendidos mirando a la gente que paseaba en el parque, a las parejas que se besaban, a los chicos y chicas que practicaban el skate. De codeína, nada. De repente, luego de, sin mentirles, al menos 9 minutos de total silencio e incluso frustración, a Diego se le ocurrió decir la cosa más chistosa que he escuchado jamás. Dijo:
-Loca la hue'á.
Y con Marcelo estallamos de la risa. Diego se nos unió al poco rato. Era para lo que estábamos, y eso hizo que todo el asunto y la pérdida de dinero, dignidad, tiempo, etcétera, valiera finalmente la pena.
Uno
El primer recuerdo es de cuando tomamos codeína con Marcelo y Diego. La codeína viene en un jarabe que se administra a los pacientes del geriátrico y a Marcelo le dijeron que comprara de ese jarabe porque la codeína era un derivado del opio. Marcelo me convocó a mí y a Diego que éramos sus partners en todos estos asuntos de la psicodelia, o justo estábamos desocupados ese día, no me acuerdo. En realidad ninguno de nosotros tres tenía demasiado que hacer nunca en esos días. El caso es que con Diego nos prestamos de buen grado al experimento y caminamos con Marcelo las pocas cuadras que separaban mi casa de la farmacia. Para comprar el jarabe no se requería presentar prescripción médica ni ningún documento de ningún tipo, cualquier hijo de vecino podía hacerlo. Marcelo era el hijo de vecino por antonomasia. El problema era que, claramente, no sufría de la dolencia contra la cual se utilizaba este famoso jarabe, porque Marcelo era un gallo joven y el jarabe era para una cosa como demencia senil, además que andaba vestido con ropas alternativas, de manera que el farmacéutico iba a saber que Marcelo lo quería para drogarse. Es como cuando uno compra condones, la misma incomodidad.
Para evitar este sentimiento Marcelo compró, además de la codeína, precisamente condones, un ungüento para los hongos de los pies, pastillas para el aliento, un tratamiento contra los herpes genitales y algo contra las hemorroides. Con esto la situación empeoró a tal nivel que, mágicamente, se solucionó por sí sola. Marcelo salió de la farmacia con aire triunfal, hizo brillar el frasco de jarabe contra un rayo de sol y el mismo rayo brilló en los ojos de Diego y en los míos. Nos fuimos caminando de vuelta hasta mi casa.
Ya en mi casa diluímos en agua y nos tomamos cada uno 100 gotitas del jarabe que tenía codeína. Esperamos pacientemente los 40 minutos que Marcelo, nuestro guía en esto, supo por el amigo de un amigo que teníamos que esperar, antes de sentir los efectos. Estos llegaban de sopetón, a los 40 minutos sería trainspotting. Pero como es de suponer, a los 40 minutos no pasó nada, ni tampoco a los 45 ni a la hora y media ni a las dos horas y decidimos que teníamos que salir a caminar.
En definitiva nos sentamos en el pasto a esperar que pasara alguna cosa. Todavía no ocurría nada, nosotros seguíamos sedientos de la psicodelia que no llegaba. Como ya habíamos hablado mucho durante los preparativos del viaje, además que nos veíamos siempre entonces ninguno tenía muchas novedades que contar, aparecieron los silencios. Nos hacíamos los desentendidos mirando a la gente que paseaba en el parque, a las parejas que se besaban, a los chicos y chicas que practicaban el skate. De codeína, nada. De repente, luego de, sin mentirles, al menos 9 minutos de total silencio e incluso frustración, a Diego se le ocurrió decir la cosa más chistosa que he escuchado jamás. Dijo:
-Loca la hue'á.
Y con Marcelo estallamos de la risa. Diego se nos unió al poco rato. Era para lo que estábamos, y eso hizo que todo el asunto y la pérdida de dinero, dignidad, tiempo, etcétera, valiera finalmente la pena.