martes, junio 05, 2007

La energía femenina

Este era un libro extraño: terminada de leer la primera frase, que estaba más o menos a la mitad de la hoja, las letras que la habían compuesto se revolvían, peleaban, conversaban, mutaban, y aparecía una nueva frase completamente viva y distinta en donde estaba la otra. Uno trataba de decir “aquí dice tanto”, y en ese interlapsus las palabras se habían revuelto para decir otra cosa.

Convencido de que por ahí iba el chiste, se puso a leer indefinidamente la misma frase que nacía cada vez de las tinieblas. Ignorando el punto seguido y la frase que comenzaba más allá, comprobó con sorpresa que el argumento que brotaba de aquella payasera frase era bastante sabroso.

Se levantó. O mejor dicho, giró sobre su costado para quedar mirando hacia la puerta del camarote. La nave se movía. Al lado estaba el reloj con sus números rojos. Quiso ver la hora y notó presuroso que, de un modo similar a como ocurría con las letras del libro, los electrónicos garabatos del reloj (era un radioreloj) también se estaban reorganizando. Vio varias horas distintas e incluso palabras; también, una frase que reconoció de su trabajo y que le pareció chistosa.

Divertido, se dijo que ya era suficiente del gozoso asunto y se decidió a dejar, aunque fuera por unos segundos, una imagen fija en el reloj. Fue imposible. También lo intentó con el libro. Finalmente, decidió dormir.

En su sueño, escuchó un sonido sumamente claro y hermoso que venía de la almohada. Era como el canto de un pajarraco desaparecido del universo. Se preparó para, cuando volviera, agarrarlo, aunque sólo fuere colgándose de alguna manera del inquietante barbullo, y seguirlo. Tras unos instantes esto ocurrió. El hermoso campanear (como de grillos) se extendió por el vacío en que se había convertido la almohada.

Cerca estuvo de despertarse pero siguió. Flautas de madera, a su parecer, habían reemplazado en esta segunda escalada a los pájaros y grillos de momentos antes. Con una naturalidad extraña pero notable, extendió su mano en palma delante de sus ojos para decir alto. Al hacerlo, sintió que una fuerte presión, aparentemente de características desproporcionadas, abandonaba su cabeza.

Segundos después todo se detuvo. Se encontró mirando un cielo despejado y augural, circundado por las copas de algunos árboles azules, con su mano siempre extendida y en alto. Sabía, por ejemplo, que aquello era un sueño, y sentía, con mucho desenfado, que estaba en su camarote acostado mirando un cielo que sólo existía en sueños.

Luego el cielo se hizo el techo del camarote y volvió a dormirse. Cuarenta y cinco minutos después despertó sintiéndose con bastante energía.