domingo, junio 24, 2007

No basta con hablar. La locura está en los actos.

1
Habíamos ido a comer a un restaurante que era muchos restaurantes. Walo llevaba un bicho en su chaqueta (Walo nunca iba con nosotros) que quedó al descubierto porque uno de los comensales (el que estaba al lado mío) lo vislumbró cuando Walo lo estaba cambiando de lugar para que pasara desapercibido. Era la cosa más extraordinaria que yo hubiese visto jamás. Una pequeña esponja azulosa, con forma de robot, y un par de ojos ingobernables emplazados en su seno, cerca del ombligo y un poco a la izquierda. Una de sus extremidades azules cayó en la ensalada y yo se la pasé a Walo. Walo la puso cerca del hombro que había quedado trunco y el mágico robot la volvió a anexar a su cuerpo. Lo miré largo rato a los ojos y me sentí transportado a otra realidad. Luego lo pusimos dentro de un vaso con bebida y él mágicamente pasó al estado líquido y sus ojos flotaron en el vacío. Se lo devolví a Walo. El lo guardó y al rato lo sacó de nuevo. Yo le había preguntado a Walo cómo sabía esa criatura que la robótica era su forma. Walo me respondió que lo sabía, y ya. Cuando lo sacó nuevamente el robot era ahora un cuadrado alargado, sin brazos ni piernas ni nada, un solo monolito de goma azul y rugosa. Mantenía sus exquisitos ojos. En sus bordes como de estambre habían quedado residuos del contenido del vaso en que con Diego lo habíamos sumergido.

2
Al sacar Walo la primera vez a este espantajo yo me rebelé bromeando. Dije que me marchaba del restaurante y golpeé la mesa abacanándome. En seguida me senté de nuevo. Las características de la criatura me hicieron pensar en primera instancia que era un axolotl.

3
Cuando lo miré a los ojos quedé imbuido de una extraña sensación. Yo al principio había evitado mirarles a pesar de toda la fascinación que me causaban. Debo decir que ellos estaban emplazados en el medio de un pequeño antifaz, como de mapache, emplazado a su vez en la zona media del cuerpo del bicharraco. No recuerdo el momento en que estuve mirando esos ojos, nada más recuerdo que me transportaron a un estado diferente. Yo no percibía los acontecimientos del restaurante, y estaba como hipnotizado, acaso tumbado sobre mi costado derecho y mirando el arista de una habitación en una ciudad lejana. Se sabía que era el sur. Llegaba una mujer de gruesa contextura y yo forcejeaba con ella entre arrumacos. Tenía la sensación de que era una persona que yo bien conocía. Mientras tanto, me era indiferente todo lo que estuviera ocurriendo en la mesa del restaurante. Al rato volví a ella. Con Diego se nos ocurrió sumergir al supuesto axolotl en la bebida que yacía dentro de un vaso. El axolotl pasó a líquido y se disolvió con la bebida, mostrando su increíble anatomía.

EPÍLOGO
Se dice que los seres inorgánicos merodean continuamente nuestros sueños, y que a ratos los invaden. Los soñadores lúcidos tienen registros de criaturas asombrosas y desafiantes a toda lógica que al cabo de unos minutos de lucidez onírica suelen presentarse. En los sueños normales, no suele haber conciencia de que se está frente a un ser de otra dimensión o galaxia. Simplemente se transforman en un objeto más de nuestra curiosidad, y de nuestro desatino.



Salto Oriental, domingo, 1 de la tarde
Le pregunté a Walo por qué el axolotl se integraba a una forma tan arbitraria y rústica como la robótica, y todo lo que obtuve por respuesta fue que se hundiera debajo de la mesa en busca de su mochila. Al parecer se preparaba para disertar sobre el elemento frente a una comisión universitaria. Me mostró un listado de preguntas fantásticas y me convenció de que la mía se hallaba, sólo tal vez, mezclada con aquellas. Enseguida volvió a sacar el axolotl, que volvía del baño en la bebida, a la superficie, y me lo puso al alcance para que yo lo examinase. Sus ojos seguían allí. Su forma era como la de un tabletón esponjoso, en sus aristas persistía un amarillento color, contrastando con el azul original, que daba cuenta de la contaminación de la que había sido víctima. No me gustó, más bien dicho me molestó, que así fuera. Además, su original rectitud y perfección habían sido combadas.

OTRO EPÍLOGO
Hay otros horizontes. Infinitas posibilidades. Infinitos mundos.