martes, junio 26, 2007

Repitan la hazaña

Nosotros tenemos presencia en siete mundos. A los seres humanos los conocemos, pero sólo de punta; los habitamos profundamente y nunca nos vamos. Tú me caes bien, me gusta como te desenvuelves.
La voz del emisario de ensueños sonaba estridente y quietamente en mi oído izquierdo. Pensé que debía dejar de escucharlo y levantarme al baño, cualquier cosa, pero cuando lo hacía, notaba que no era realmente mi cuerpo el que se estaba moviendo. Su voz me parecía arrogante.
Minutos atrás, yo estaba en uno de los colapsos más grandes del metro de todos los tiempos. Sentados en una hilera de sillas de color naranjo, entre infinidad de gente esperábamos junto con Diego de la P, y junto con otras señoritas que resultaban ser bastante simpáticas. A mi lado, Diego de la P hacía los cálculos para cuando pasara el personaje cargando las tarjetas. Yo me burlé del empleado, acaso queriendo impresionar a mis nuevas amigas, y le extendí la mano con una moneda diciéndole que me cargara “uno”. Luego una de las niñas me sugirió que le preguntara al guardia si conocía a Macuma. Yo le pregunté, por seguir el juego, si había visto a Macuma, en ese momento la palabra me sonaba extremadamente familiar. Pero cuando me di cuenta qué era Macuma, no pude dejar de buscar los ojos de la niña y sonreírle. Ella se fue a esconder y yo la seguí, por una puerta, hasta que se le acabó la cancha. La tomé por un brazo, me ocultaba los ojos. Finalmente la tomé por detrás y le empecé a dar unos empellones, con ropa, al cabo de un rato sentí que ella verdaderamente era una criatura inorgánica. El juego se convirtió en lucha, se me pegaba como una rémora y yo luchaba por despegarla.
Recuerdo que instantes antes de eso, yo estaba caminando bajo la lluvia detrás de la Roxana que me iba a ir a dejar a la casa. Habíamos jugado con la pelota amarilla que yo le había sacado al Iván, se nos perdía. Me acuerdo que le dije unas palabras a la Roxana, pero por efecto de la copiosa lluvia, sólo fueron palabras para mí. Era como si me encontrara solo en la soledad más despampanante.
Capítulo 2
De otras veces sabía que, para volver de las soledades inorgánicas, a mí me andaba bien correr un rato, y me largué a correr, adentro de mi cama. En la penumbra, sentí que no era mentira que los seres inorgánicos no se iban nunca, del territorio humano que habían conquistado. La voz del emisario de sueños me sonaba como a mi propia voz, arrogante y precisa. Al fin pude salir del aprisionamiento como de rémora, y me fui al baño sintiéndome líquido. Me mojé el ombligo y volví a acostarme. Me miré al espejo; quise ver, acaso, algún rastro de mi pasado inorgánico, en mis ojos.
Saqué el Ipod y me puse a escuchar la Mano Ajena. El universo era una trampa para los ensoñadores y había que buscar un nuevo horizonte, quizás la sobriedad era la característica que nos unía, y que nos permitía ser testigos indiferentes de todas las maravillas. La voz de la Feña y la belleza de las canciones de la Mano Ajena eran vividas con el menor asombro posible, y, mágicamente, esa misma perspectiva les daba el grado de asombro que de por sí tenían. Favella. Víctima del éxtasis puro y callado, miré también por las cortinas el día amaneciendo.
Repitan la hazaña, pero no esta noche. Se me cerraban los ojos y al instante me encontraba en el terreno mismo del ensueño. Sentía que me llamaban como del otro lado de un túnel de agua. Un gimnasio, un pequeño partido de fútbol que ya había terminado. Con Diego de la P éramos los únicos sobrevivientes, yo lo ignoraba y pateaba un penal al centro del arco. Diego de la P me volvía a pasar unas monedas creyendo que yo caería en el truco inorgánico, de mirarlas y verme transportado sin vuelta a un estado diferente. Me miraba las manos. Enseguida volvía a despertar y pasaba eternos minutos luchando por despegarme de esa esencia que había adquirido. Trascendía sin dificultades al ensueño.
En otro momento me hallaba en Temuco